[José Hierro, “Nazco”, en Nuevo Diario, 10 de noviembre de 1974, pág. 13.]
El repertorio de formas que nos propone alude a formas viscerales, a articulaciones óseas.
En la Galería Ramón Durán expone esta artista tinerfeña un conjunto de obras que –aunque las fronteras de los géneros no sean ya muy precisas– podemos encasillar en el apartado “pintura”, a pesar de que los pigmentos diluidos en agua o en aceite no intervengan para nada en ellas. Nazco se sirve exclusivamente de los metales laminados, cobre o aluminio, para sus invenciones. La resistencia que ofrece tal material suele vencerse en dos direcciones opuestas: una, utilizando los sistemas próximos a lo industrial –cortes en línea recta, aproximación a lo modular, etcétera–, con lo que nos hallamos en el ámbito del racionalismo. La otra dirección se propone despojar a los metales de su impasibilidad, por medio de los batidos, forjados, erosiones, reintegrándole a su estado de materia bruta, mineral o chatarra. Anzo sigue una vía intermedia. El repertorio de formas que nos propone alude a formas viscerales, a articulaciones óseas. Cada una de las piezas que constituyen el cuadro, posee los contornos curvos, combinándose con la inmediata, como el hueso y la rótula, a la manera de una tarácea metálica. Si los contornos curvilíneos y el efecto de entrelazado de las formas revela una raíz expresionista, el tratamiento de la materia, sin embargo, conserva la sustancia racionalista. Pátinas oscuras y fragmentos pulidos se combinan para crear la ilusión de que aquí hubo un hervor que ha sido domado, congelado. O, por el contrario, que la impasibilidad va a adquirir, de un momento a otro, dinamismo. Arte, en consecuencia, de reflexión y de pasión, que une a su interés presente sus posibilidades de futuro.
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